sábado, 8 de febrero de 2014

Opera: un teatro bailable

Viernes a las 21:30. Están cerradas las puertas de la nueva discoteca que se abrió en el Paseo San Francisco hace un poco más de un mes. Un flotón de aproximadamente 50 chicos hace cola para entrar al lugar. Caras familiares se reconocen al tiro. “¡Qué fue, loquito!, ¡qué bueno verte a los años!”, exclama Diego Carrera cuando se encuentra con “el Palas”. Se dan un abrazo, se actualizan y no tardan en darse la vuelta para saludar con algún otro amigo que vive en el extranjero y que ha viajado a Quito por las fiestas de Navidad y año nuevo. Típico. Es lo que  siempre pasa en esta ciudad. La vida social no deja de moverse en círculo: las caras son las mismas, sin importar si la discoteca de moda está en plena ciudad o, un poco más lejos, en el valle de Cumbayá.

Opera es una discoteca concebida para jóvenes de entre 20 y 35 años, que se abrió en donde originalmente iba a haber un teatro. La decoración tiene esta temática. 

 A las 10:00 se abren las puertas. Carros llenos de chicos siguen llegando a la entrada al centro comercial. Los jóvenes no se preocupan de estacionar su auto: lo hacen los  muchachos del valet parking, que cobran $3 por el servicio. Las mujeres, entaconadas y sumergidas en vestidos de lentejuelas o con diseños animal print, se bajan junto a sus novios.  Las solteras llegan en grupo para encontrarse con  amigos que también quisieron farrear antes de ir a Casablanca o Bahía para recibir 2014.     En la puerta del boliche, cuatro bouncers   vigilan que todo esté bajo control.

     Poco a poco, la discoteca se llena. En el piso de abajo, todas las mesas están ocupadas, encima llevan al menos  una hielera, una botella y un par de vasos con trago para los primeros jóvenes que lograron entrar.  Los muebles son de colores lila, plateado y magenta. Las paredes tienen diseños psicodélicos en 3D, lo que convierte el espacio en un lugar muy moderno. Luces azules se mueven por el salón y se reflejan sobre las figuras de metal que decoran las paredes.  Bernardo Guarderas baila sobre uno de los sillones de la mesa que está junto a las escaleras que suben al espacio Vip. Él conoce a todo el mundo. Persona que entra, persona que saluda con él. “Brindemos, brother, brindemos”, dice cuando alguno le saluda. Entrar a esta discoteca, que no es muy grande, es ir a hacer relaciones públicas. No importa la edad, en ese momento y bajo los efectos del trago y la música, todos son amigos. Graduados del Intisana, del Tomás Moro, del Einstein, del Liceo, del Menor, del Americano, del Alemán y de algún  otro colegio se han dado cita, como cualquier otro viernes, en la discoteca que, actualmente, convoca a los farristas.

      En la mitad de los dos bares del piso de abajo, un cajón gigante, que dice Opera, vuela sobre las cabezas de los bailarines. Ahí se encuentra Henry Jurado, el disk jockey. Tiene algunos aparatos a su haber; entre ellos, un Mac CDJ 2000 Serato,  un tocadiscos para mezclar,  una máquina confeti, amplificadores, un control para botar humo y un soplete para botar papelitos. Las canciones que repite con frecuencia son  los últimos hits de techno que suenan constantemente en las FM Los 40 principales y Alfa Radio, entre ellos  Animal, de Martin Grixx, y Apollo, de Amba Shepherd. Es difícil cantar estas canciones, porque casi el 90% de la composición es solo música electrónica, pero el momento en que se escucha a Amba pronunciar la letra en Apollo, todos alzan la mano y gritan en coro: “Oh we are the lucky ones / We are, we are...”, y continúan bailando y alzando el puño al ritmo de la melodía. En esta discoteca se escucha, sobre todo, música pop. No hay  música rock como suele ser haber algunos días en el Seven.

 Desde arriba, en donde está el disk jockey, se ve que la mayoría de los bailarines del piso de abajo son jóvenes de entre 20 y 25 años. Claro que hay parejas, pero ahí casi todos bailan en grupo. No falta el típico chico que, cuando suenan las carmelinas y las canciones de Carlos Vives, tome de la mano a las mujeres del grupo y, una por una, les dé una vueltita. La canción  que más los emociona es Volví a nacer, el reciente éxito del cantante colombiano. Es bailable, tiene buen ritmo y tiene una letra medio azucarada, por lo que todas aprovechan el momento cuando empieza a sonar. Los enamorados se ponen románticos, y por ahí se ve que alguno le da un beso a su novia. Entonces, Jurado aplasta el control de humo y el salón se pone anubarrado. El disk jockey se acerca al balcón para ver la reacción de la gente  y, en cuestión de segundos, aplasta el soplete. Miles de papelitos caen al piso como copos de nieve en una noche tranquila e  invernal. 

     En el segundo piso, el espacio es más pequeño. Es la sección Vip. Lámparas de papel estilo Poma Rosa alumbran el bar de ese piso con una luz muy tenue. El bar está decorado con rombos anaranjados y, en el extremo derecho, la foto de unas chicas haciendo pucheros con labios rojos, perfectamente pintados, decora la pared.

Igual que abajo, las mesas están ocupadas, pero por gente mayor y, aunque hay grupitos, aquí casi todos tienen pareja. La Belu Vallejo, el Chis, la Bernardita Riofrío y, otra vez, el Diego Carrera, saltan de mesa en mesa para ver con quién se encuentran. No hay tanta gente, porque las personas de entre 25 y 35 años, aparentemente, aprovecharon del feriado para ir a la playa. El ambiente aquí es mucho más tranquilo.  A excepción de unos pocos, la gente no está bailando. Ellos prefieren estar sentados tomándose un trago y pararse cuando suenan canciones de salsa o de Fonseca, que despiertan las ganas de bailar pegadito. Todos llevan al menos un vodka tonic o un ron con cola en la mano. Los shots de tequila son más circunstanciales. Cuando un grupo de amigos quiere brindar por algo, piden al barman una cola de siete shots,  un poco de sal y pequeños gajitos de limón. “Un, dos tres” y pa’dentro. Muecas de todo tipo aparecen en el rostro de unas chicas. En este bar se puede encontrar desde un vaso de Coca Cola hasta un Johnnie Walker de etiqueta negra.

Es la 01:30 y la gente sigue llegando. Avanza la madrugada y la consola  empiezan a retroceder en el tiempo. Quiero una chica, de Latin Dreams; Danza Kuduro, de Omar; Chiquilla te quiero, de Kumbia All Star; e incluso La isla del Sol, de El Símbolo, arrancan las sonrisas de la gente que recuerda la música de sus años de colegio y sus primeros años de universidad.

  Para este momento ya todos están un poco chispos, pero nada fuera de lo normal. La noche ha transcurrido sin ninguna bronca dentro de la discoteca. Los vasos en las mesas siguen llenos, pero en cada una hay más de una botella vacía. Abrazos cariñosos empiezan a surgir constantemente y uno que otro brindis entre amigos que se han reencontrado al año o a los seis meses, desde la última vez que estuvieron en Quito de visita. (MC)

Fuente: Diario Hoy

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