Viernes a las 21:30. Están cerradas las puertas de la nueva discoteca
que se abrió en el Paseo San Francisco hace un poco más de un mes. Un
flotón de aproximadamente 50 chicos hace cola para entrar al lugar.
Caras familiares se reconocen al tiro. “¡Qué fue, loquito!, ¡qué bueno
verte a los años!”, exclama Diego Carrera cuando se encuentra con “el
Palas”. Se dan un abrazo, se actualizan y no tardan en darse la vuelta
para saludar con algún otro amigo que vive en el extranjero y que ha
viajado a Quito por las fiestas de Navidad y año nuevo. Típico. Es lo
que siempre pasa en esta ciudad. La vida social no deja de moverse en
círculo: las caras son las mismas, sin importar si la discoteca de moda está en plena ciudad o, un poco más lejos, en el valle de Cumbayá.
Opera es una discoteca concebida para jóvenes de entre 20 y 35 años, que
se abrió en donde originalmente iba a haber un teatro. La decoración
tiene esta temática.
A las 10:00 se abren las puertas. Carros llenos de chicos siguen
llegando a la entrada al centro comercial. Los jóvenes no se preocupan
de estacionar su auto: lo hacen los muchachos del valet parking, que
cobran $3 por el servicio. Las mujeres, entaconadas y sumergidas en
vestidos de lentejuelas o con diseños animal print, se bajan junto a sus
novios. Las solteras llegan en grupo para encontrarse con amigos que
también quisieron farrear antes de ir a Casablanca o Bahía para recibir
2014. En la puerta del boliche, cuatro bouncers vigilan que todo
esté bajo control.
Poco a poco, la discoteca se llena. En el piso de abajo, todas las
mesas están ocupadas, encima llevan al menos una hielera, una botella y
un par de vasos con trago para los primeros jóvenes que lograron
entrar. Los muebles son de colores lila, plateado y magenta. Las
paredes tienen diseños psicodélicos en 3D, lo que convierte el espacio
en un lugar muy moderno. Luces azules se mueven por el salón y se
reflejan sobre las figuras de metal que decoran las paredes. Bernardo
Guarderas baila sobre uno de los sillones de la mesa que está junto a
las escaleras que suben al espacio Vip. Él conoce a todo el mundo.
Persona que entra, persona que saluda con él. “Brindemos, brother,
brindemos”, dice cuando alguno le saluda. Entrar a esta discoteca, que
no es muy grande, es ir a hacer relaciones públicas. No importa la edad,
en ese momento y bajo los efectos del trago y la música, todos son
amigos. Graduados del Intisana, del Tomás Moro, del Einstein, del Liceo,
del Menor, del Americano, del Alemán y de algún otro colegio se han
dado cita, como cualquier otro viernes, en la discoteca que,
actualmente, convoca a los farristas.
En la mitad de los dos bares del piso de abajo, un cajón gigante,
que dice Opera, vuela sobre las cabezas de los bailarines. Ahí se
encuentra Henry Jurado, el disk jockey. Tiene algunos aparatos a su
haber; entre ellos, un Mac CDJ 2000 Serato, un tocadiscos para
mezclar, una máquina confeti, amplificadores, un control para botar
humo y un soplete para botar papelitos. Las canciones que repite con
frecuencia son los últimos hits de techno que suenan constantemente en
las FM Los 40 principales y Alfa Radio, entre ellos Animal, de Martin
Grixx, y Apollo, de Amba Shepherd. Es difícil cantar estas canciones,
porque casi el 90% de la composición es solo música electrónica, pero el
momento en que se escucha a Amba pronunciar la letra en Apollo, todos
alzan la mano y gritan en coro: “Oh we are the lucky ones / We are, we
are...”, y continúan bailando y alzando el puño al ritmo de la melodía.
En esta discoteca se escucha, sobre todo, música pop. No hay música
rock como suele ser haber algunos días en el Seven.
Desde arriba, en donde está el disk jockey, se ve que la mayoría de los
bailarines del piso de abajo son jóvenes de entre 20 y 25 años. Claro
que hay parejas, pero ahí casi todos bailan en grupo. No falta el típico
chico que, cuando suenan las carmelinas y las canciones de Carlos
Vives, tome de la mano a las mujeres del grupo y, una por una, les dé
una vueltita. La canción que más los emociona es Volví a nacer, el
reciente éxito del cantante colombiano. Es bailable, tiene buen ritmo y
tiene una letra medio azucarada, por lo que todas aprovechan el momento
cuando empieza a sonar. Los enamorados se ponen románticos, y por ahí se
ve que alguno le da un beso a su novia. Entonces, Jurado aplasta el
control de humo y el salón se pone anubarrado. El disk jockey se acerca
al balcón para ver la reacción de la gente y, en cuestión de segundos,
aplasta el soplete. Miles de papelitos caen al piso como copos de nieve
en una noche tranquila e invernal.
En el segundo piso, el espacio es más pequeño. Es la sección Vip.
Lámparas de papel estilo Poma Rosa alumbran el bar de ese piso con una
luz muy tenue. El bar está decorado con rombos anaranjados y, en el
extremo derecho, la foto de unas chicas haciendo pucheros con labios
rojos, perfectamente pintados, decora la pared.
Igual que abajo, las mesas están ocupadas, pero por gente mayor y,
aunque hay grupitos, aquí casi todos tienen pareja. La Belu Vallejo, el
Chis, la Bernardita Riofrío y, otra vez, el Diego Carrera, saltan de
mesa en mesa para ver con quién se encuentran. No hay tanta gente,
porque las personas de entre 25 y 35 años, aparentemente, aprovecharon
del feriado para ir a la playa. El ambiente aquí es mucho más
tranquilo. A excepción de unos pocos, la gente no está bailando. Ellos
prefieren estar sentados tomándose un trago y pararse cuando suenan
canciones de salsa o de Fonseca, que despiertan las ganas de bailar
pegadito. Todos llevan al menos un vodka tonic o un ron con cola en la
mano. Los shots de tequila son más circunstanciales. Cuando un grupo de
amigos quiere brindar por algo, piden al barman una cola de siete
shots, un poco de sal y pequeños gajitos de limón. “Un, dos tres” y
pa’dentro. Muecas de todo tipo aparecen en el rostro de unas chicas. En
este bar se puede encontrar desde un vaso de Coca Cola hasta un Johnnie
Walker de etiqueta negra.
Es la 01:30 y la gente sigue llegando. Avanza la madrugada y la consola
empiezan a retroceder en el tiempo. Quiero una chica, de Latin Dreams;
Danza Kuduro, de Omar; Chiquilla te quiero, de Kumbia All Star; e
incluso La isla del Sol, de El Símbolo, arrancan las sonrisas de la
gente que recuerda la música de sus años de colegio y sus primeros años
de universidad.
Para este momento ya todos están un poco chispos, pero nada fuera de
lo normal. La noche ha transcurrido sin ninguna bronca dentro de la
discoteca. Los vasos en las mesas siguen llenos, pero en cada una hay
más de una botella vacía. Abrazos cariñosos empiezan a surgir
constantemente y uno que otro brindis entre amigos que se han
reencontrado al año o a los seis meses, desde la última vez que
estuvieron en Quito de visita. (MC)
Fuente: Diario Hoy
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